Benigno Pendás, Biografía de la libertad (II). Barroco: el gran libro del mundo. Tecnos, biblioteca de historia y pensamiento político. Madrid, 2024.
Pendás prosigue con su historia de las ideas políticas, titulada -todo un gesto- Biografía de la libertad, y pensada con seis tomos. Hace unos años publicó el I, denominado Renacimiento: nostalgia de la belleza. Ahora le toca el turno al II, Barroco: el gran libro del mundo, con 468 páginas más bibliografía. En el bien entendido de que, si uno se pone a estudiar el siglo XVII, el Barroco -lo que quiera que se entienda por tal en arte, en literatura o en mentalidades- no es lo único que se encuentra. Bien lo explica el autor en la contraportada: “Confluyen entonces dos perspectivas diferentes, el Barroco y la Ciencia”. Y eso por no hablar de los datos estrictamente políticos, como la paz de Westfalia de 1648.
La aparición de este libro constituye, dicho sea sin exageración (ni debilidad de amistad del que firma estas líneas, para poner todas las cartas boca arriba), una auténtica noticia, en el mejor sentido del término. Para empezar, porque confirma que el proyecto -los seis tomos que se anuncian- sigue adelante. Este tipo de obras -de síntesis o sistematización, enciclopédicas o como se les quiera llamar- suelen ser trabajos colectivos, porque, si su autor es una sola persona, le lleva la vida entera, como suele decirse. Piénsese, si nos ponemos en el planeta de los juristas, en lo que fue el Derecho civil español, común y foral, en varios tomos (algunos de ellos a su vez con diferentes volúmenes) de José Castán Tobeñas (1889-1969), que todos los de este oficio, en el que por cierto también participa Pendás, hemos manejado una y mil veces, al grado de haberse convertido -la obra- en un sujeto por sí mismo, al haberse por así decir antropizado: cuando se le menciona, no hablamos del autor -el tal Castán-, sino que la cita -el dato- se imputa al libro como tal: como dice “el Castán”. Un segundo ejemplo lo tenemos en el Staatsrecht der Bundesrepublik Deutschland de Klaus Stern, el Catedrático de Derecho Constitucional de Colonia hasta su jubilación -lo que los alemanes llaman Emeritierung– en 1997, a los sesenta y cinco años. La riquísima jurisprudencia del Tribunal de Karslruhe desde 1949 venía viéndose estudiada sobre todo en comentarios artículo por artículo de la Ley Fundamental -empezando, claro es, por el de Theodor Maunz y Günter Dürig-, pero hacer el vertido de todo ese material en un formato distinto, el de un Manual, y además por una sola persona, exigía, para empezar, que se tratas de un lector infatigable o incluso casi compulsivo. Sólo la elaboración de las notas a pie de página ya era un trabajo de chinos, para explicarlo con una palabra de aquella época.
Al nivel hercúleo de José Castán Tobeñas y Klaus Stern se sitúa Benigno Pendás, con el mérito adicional de que su asignatura -vamos a llamarla así-, la historia de las ideas y (asimismo) las formas políticas, no sólo tiene ese contenido dual sino que además presenta unos confines particularmente porosos, casi inasibles: ¿dónde y cómo se traza la raya con otras modalidades de los sabores de Clío (o de Heródoto, si se quiere) como por ejemplo la historia de las ideas (sin apellidos), o de las instituciones, o de la cultura, o del arte, o -con tributo a Marc Bloch- de las mentalidades, o de la economía? ¿o de lo que el autor del libro llama -página 430- “Historia convencional (es decir, batallas y tratados)”? La pregunta resulta retórica, porque todo el mundo sabe que la tal raya no se puede trazar y ello por la poderosa razón de que no existe. El propio Pendás lo explica en página 328 invocando la autoridad de su maestro: “Existe una relación íntima entre formas políticas y culturales, que Díez del Corral ha explicado en páginas luminosas, a la altura (por lo menos) de figuras tan relevantes como Henri Frankfort en Reyes y dioses o de Erwin Panofsky con su paralelismo entre el royaumefrancés y las catedrales góticas”. Y explicando en la nota al pie que la obra de referencia es Velázquez, la Monarquía e Italia, que recoge el discurso de ingreso de Don Luis en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando”.
En la misma línea, y precisamente con referencia al autor de Las meninas, Pendás -página 317- recoge el hecho evidente de que “su proyección internacional -que dependía ya de la mirada ultrapirenaica- no llegó hasta el siglo XIX” y, a la hora de preguntarse por las causas del retraso, responde que “la explicación parece relativamente sencilla: la España velezqueña había cedido su posición hegemónica a la Francia del Rey Sol. El Weltgeist es implacable, de modo que la ecuación entre política y cultura funciona de manera casi automática: el hegemón impone sus gustos culturales y magnifica a sus propios creadores en Arte o Literatura”.
Gran dificultad, sí, la de delimitar, aunque sea de manera aproximada, el objeto de estudio, porque de otra manera se corre el evidente riesgo de desparramarse. Pero que lo analizado sea precisamente el Barroco añade problemas, porque -aparte de que la cronología no lo explica todo y, para más inri, en el siglo XVII hubo en efecto otras cosas, a lo que se aludirá más abajo- sucede que, al menos en España, a esa centuria, sobre todo en lo que tiene que ver con lo literario, nos solemos referir con otra denominación, el Siglo de Oro, reservando la palabra Barroco para el arte y, más precisamente, para el arte religioso: la escultura (con Gregorio Fernández en Valladolid y Juan Martínez Montañés en Sevilla como paradigmas) y en singular la decoración de las Iglesias. La del Salvador en Sevilla puede valer como arquetipo.
Y eso sin contar con los juicios de valor que inevitablemente lastran a las palabras, sobre todo si estamos hablando de algo que tuvo su desarrollo mayor en los lugares que quedaron al sur de la frontera -incluso dentro del continente europeo- trazada en el Concilio de Trento, o sea, los países de la Contrarreforma. Sucede, y bien notorio resulta, que el relato de esa época lo ganaron los protestantes (y así ha seguido siendo: recuérdese que, en los años de la gran crisis económica, entre 2008 y 2012, las cifras de la prima de riesgo de cada país obedecían de manera estricta a esa línea, con tipos de interés baratos al Norte y caros a este otro lado, el de los PIGS, como se llamaban entonces con expresión nada amable). Pendás, en página 33, lo explica con palabras que no pueden mostrarse más expresivas: “El estudioso entretiene sus lecturas anotando al margen las referencias peyorativas o despectivas que le salen al paso. El orden alfabético las sitúa casi al azar: abigarrado, agónico, alucinante, amanerado, ampuloso, angustioso, auténtico, apasionado, arbitrario, arrebatado, artificioso, burlesco, caprichoso, chocante, conceptuoso, convulso, crispado, decadente, delirante, desasosegado, descompuesto, desmesurado, dramático, estridente, exaltado, exasperado, extravagante, exuberante, fantasioso, florido, frenético, frondoso, grandilocuente, grosero, grotesco, hinchado, ilusionista, irracional, irregular, macabro, morboso, neurótico, onírico, ostentoso, patético, profuso, proteico, recargado, ruinoso, retorcido, ridículo, tormentoso, tremendo, tumultuoso, turbio, violento, voluptuoso… y me dejo muchas otras en el tintero”.
Para que el empeño de estudiar esa época tenga un resultado feliz hace falta (aparte de haber sido discípulo de Luis Diez del Corral y también de José Antonio Maravall y Manuel García-Pelayo: un privilegio de la fortuna, aunque ya se sabe que la suerte hay que sabérsela buscar) empezar dedicando sí, muchas horas a profundizar en libros y Benigno Pendás lo ha hecho. La siguiente lista, incluyendo en primer lugar las páginas del libro donde aparecen las correspondientes referencias, puede resultar ilustrativa, aun siendo notorio que está lejísimos de ser agotadora:
– 11 y 24: Carl J. Friedrich, “The Age of Baroque (1610-1660). The Rise of Modern Europe” (1952).
– 13 y 37: Helmut Hatzfeld, “Estudios sobre el Barroco” (1996).
– 15, 41, 419 y 451: Werner Weisbach, “El Barroco, arte de la contrarreforma” (1942).
– 16 y 25: Heinrich Wölfflin, “Conceptos fundamentales de la historia del arte” (1915).
– 31: Santiago Sebastián, “Contrarreforma y barroco” (1985).
– 33: José Antonio Maravall, “La cultura del barroco” (1975).
– 47: Arnold Hanser, “El Manierismo, la crisis del Renacimiento y el origen del Arte moderno” (1961).
– 49: José Antonio Maravall, “Estado moderno y mentalidad social”.
– 51: Alejandro Cioranescu, “El Barroco o el descubrimiento del drama” (1947).
– 55: Norbert Bilbeny, “Moral barroca. Pasado y presente de una gran soledad” (2022).
– 71: Alfredo Alvar, “Espejos de príncipes y avisos a princesas” (2021).
– 81: Eli F. Heckscher, “La época mercantilista” (1921).
– 87: Luis Perdices de Blas, “La economía política de la decadencia de Castilla en el siglo XVII” (1996).
– 107: Roland Mousnier y otros, “Revoluciones y rebeliones de la Europa moderna” (1972).
– 119: Juan Antonio Ramírez (Director): “Historia del arte” (2015).
– 141: Pablo Jauralde Pou, “Francisco de Quevedo” (1998).
– 158: Cristina Borreguero, “La Guerra de los Treinta Anos (1618-1648). Europa ante el abismo” (2018).
– 197: Lawrence Stone, “La crisis de la aristocracia” (1976).
– 226 y 241: Ramón Andrés, “El luthier de Delft. Música, pintura y ciencia en tiempos de Vermeer y Spinoza” (2013).
– 317: Alfonso E. Pérez Sánchez y otros, “El Siglo de Oro en la pintura española” (1991).
– 385 y 399: Robert K. Merton, “Ciencia, tecnología y sociedad en la Inglaterra del siglo XVII” (1938).
– 420: Elena Bonora, “La contrarreforma” (2008).
En el bien entendido de que Pendás no se queda en la mera mención, sino que siempre o casi siempre se moja con una valoración. A título de mero ejemplo, en el primero de los casos, el de Friedrich, declara que es “un libro notable que no ha llamado la atención de los editores en lengua española”. Del trabajo de Wölfflin afirma -página 16- que es “espléndido”. Son, se insiste, sólo dos ejemplos entre muchos.
Primer requisito, sí, haber leído muchísimo. Segundo, sistematizar la información con una estructura que no deje al margen ninguno de los ángulos posibles: el conceptual, el geográfico y el de las personalidades. Y así es como lo hace Pendás. La parte inicial trata, por así decir, de precisar y contextualizar las ideas -los a prioris, que diría Kant- sin las que nada se entiende. En efecto:
– Introducción: “… la tierra sintió la herida” (páginas 11 a 32).
– Capítulo I: Entre “el” barroco y “lo” barroco (páginas 33 a 57).
– Capítulo II: Absolutismo político: Apoteósis del Rey/Estado (páginas 59 a 80).
– Capítulo III: Economía mercantilista, sociedad dinámica (páginas 81 a 102).
Un bloque posterior se dedica a la taxonomía de orden geográfico, dedicando otras tantas monografías -con unas veinte páginas, no más ni tampoco menos, cada una: el autor ha medido ese detalle- a Francia, España (mejor, la Monarquía Hispánica, porque se extiende por América), el Sacro Imperio Germánico, Inglaterra, Holanda y Roma. Son los capítulos IV a V (páginas 103 a 270).
Pero por supuesto que también hay personalidades, que merecen (“los genios y la libertad”) otros tantos análisis individualizados: Miguel de Cervantes, William Shakespeare, Diego Velázquez y Johann Sebastián Bach. Se trata de los capítulos XI a XIV (páginas 271 a 359).
En fin, el último de los cuatro grupos se dedica a la síntesis, a saber:
– Capítulo XV, Más allá del espíritu geométrico (páginas 361 a 181).
– Capítulo XVI, Ciencia y política: en efecto, saber es poder (páginas 383 a 405).
– Capítulo XVII, Resistencias del saber prudencial (páginas 405 a 425).
– Capítulo XVIII, Westfalia: paz famosa, paz sospechosa (páginas 427 a 450).
– Conclusión, La llamada de la ilustración (páginas 451 a 465).
Y, para cerrar, los agradecimientos.
Pero, aun con tamaña pluralidad a la hora de decidir la estructura del libro, el autor quiere dejar claro que los criterios cronológicos -el siglo XVII, de 1601 a 1700- no deben tomarse como absolutos. De Velázquez (1599-1660), por ejemplo, proclama en página 320 que, a su juicio, resulta “ajeno y distante a la cultura del Barroco”. A la inversa, de Gianbattista Vico (1668-1744) se declara en página 414 que era “profundamente barroco”. Página 417: “Vico vive en el siglo XVIII, pero no es un ilustrado, sino un barroco tardío o acaso un romántico temprano”. O también: “Un autor en contra de su tiempo, que rechaza la idea de progreso”.
La redacción de este libro en su parte material le ha llevado al autor varios años (en realidad, se insiste, mucho más, porque estas cosas exigen haber sido una persona con curiosidad intelectual desde la infancia), pero sucede que su publicación, a finales de 2024, ha coincidido con otras efemérides culturales que han puesto el foco en el mismo tema. Por ejemplo, la obra de Ignacio Camacho y el artista Ricardo Suárez “Sevilla, el pretérito perfecto”, en cuya página 15 se declara que “Sevilla no inventó el Barroco pero el Barroco sí inventa en buena parte una cierta Sevilla: la idea que la ciudad tiene de sí misma, la que la vertebra, la complace y la identifica”. Y antes, a modo de presentación: “La imagen de Sevilla, la marca que le ha hecho universal, el sello de su idiosincrasia tal como la sienten sus vecinos, incluso el soporte de su reclamo turístico, hunde sus raíces en el Barroco. Y no por casualidad es ése el momento en que empieza su declive histórico, primero con la peste de 1648 y luego, en 1717, con el ocaso del comercio de Indias, que hasta entonces había dominado en régimen de monopolio. Es en la derrota, en el proceso de destrucción creativa que entrañan las crisis, donde la ciudad encuentra el núcleo de su personalidad más depurada y más honda. El Barroco expresa para los sevillanos algo mucho más profundo que un estilo artístico adoptado como representativo. Significa el culto al rito simultáneo del goce de la vida y el sentimiento de su brevedad”.
Más aún: sucede que, entre el 12 de noviembre de 2024 y el 2 de marzo de 2025, en la Catedral de Valladolid se encuentra abierta la exposición que se llama “El arte nuevo de hacer imágenes”, bajo los nombres, sí, de Gregorio Fernández y Martínez Montañés. Y, ya el remate, ocurre que en el Museo del Prado, en las mismas fechas -de 19 de noviembre a 2 de marzo- tenemos otra exposición, “Darse la mano. Escultura y color en el Siglo de Oro”, donde -palabras literales del folleto- se “reflexiona sobre el éxito de la escultura policromada barroca y su complementariedad con la pintura”.
Pendás, en la penúltima frase de su libro, en página 465, reflexionando con ojos de hoy (ya se sabe lo de Benedetto Croce: “no hay más historia que la historia contemporánea”), se expresa en términos lapidarios: “el Barroco (fue) derrotado por la Ciencia, las dos almas del Espíritu de la Época”. Y es que “el Barroco ofrecía angustia y la Ciencia anunciaba certeza”, de manera que, por así decir, la suerte estaba echada: “Ante ese dilema, la condición humana tiene muy clara su opción”.
Ha pasado mucho tiempo desde el siglo XVII y revoluciones industriales -y no sólo industriales- hemos vivido varias, con sus correspondientes traumas, porque en la historia rige la destrucción creativa y cada paso adelante se cobra fatalmente su precio. Ahora tenemos ante nosotros varias de ellas: la transición energética y la irrupción de la inteligencia artificial, todo ello en el marco de una digitalización que ha hecho que las redes de difusión del conocimiento (o del desconocimiento) no tengan nada que ver (para bien o para mal, guste o no) con las de hace unas pocas décadas. Y en el contexto de una sociedad en la que las apariencias -el teatro- son más importantes que las realidades. Sucede además que los países del sur de Europa, los que viven del turismo, se están bandeando mejor que los del norte, los que se dedican a fabricar coches y exportarlos: con respecto a hace quince años, las tornas parecen estarse volviendo.
Sí, todo son corsi e ricorsi o, como dicen hoy los físicos, dinámicas no lineales. El libro de Benigno Pendás sobre el Barroco no sólo resulta sencillamente soberbio -sí, esa es la precisa palabra-, sino que a su publicación le asiste el don de la oportunidad. Doble motivo para el aplauso. Lector, tome nota, por la cuenta que le trae. Y ya.
Antonio Jiménez-Blanco Carrillo de Albornoz
Biografía de la libertad (II). Barroco: el gran libro del mundo.
Autor: Benigno Pendás
Editorial: Tecnos, Biblioteca de historia y pensamiento político.
Madrid, 2024.
504 páginas
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